sábado, 27 de septiembre de 2008

No sólo ata con alambre

Muchos se llevan grandes sorpresas al ver que Copani hace más que temas divertidos:


Cacerola de teflón

No te oí… En los días del silencio atronador,
no te oí junto a las madres del dolor,
no sonaste ni de lejos, por los chicos,
por los viejos olvidados.

No te oí… Puede ser que ya no estoy oyendo bien,
pero al borde de las rutas de Neuquén,
no te oí mientras mataban por la espalda a mi maestro.
Y entre nuestros cantos desaparecidos
yo jamás oí el sonido de tu tapa resistente,
que resiste comprender que hay tanta gente
que en sus pobres recipientes
sólo guarda una ilusión.

Cacerola de teflón, volvé al estante,
que la calle es de las ollas militantes,
con valiente aroma de olla popular.
Cacerola de teflón, a los bazares
o a sonar con los tambores militares
como tantas veces te escuché sonar.

No te oí… cuando el ruido de las fábricas paró,
cuando abril su mar de lágrimas llenó.
No te oí con los parientes
del diciembre adolescente, asfixiado.

No te oí. Puede ser que mis oídos oigan mal,
pero no escuché en la exposición rural,
reclamar por el jornal de los peones yerbateros,
por la rentabilidad de los obreros,
por el tiempo venidero, porque venga para todos.
No te oí ni te oiré porque no hay modo
de juntar tu avaro codo con mi abierto corazón.

Cacerola de teflón, volvé al estante
de los muebles de las casas elegantes
que las cocineras te van a extrañar.
Cacerola de teflón, a los bazares
o a sonar en los conciertos liberales
como tantas veces te escuché sonar.

No te oí en el puente de Kosteki y Santillán
No te oí por el ingenio en Tucumán.
No te oí en los desalojos ni en los barrios inundados de este lado.
No te oí, en la esquina de Rosario que estalló
Cuando el ángel de la bici se calló
y sus ángeles pequeños se quedaron sin comida.

Y jamás te oí en la vida repicar desde acá abajo
por un joven sin trabajo, a la deriva.
Debe ser que desde arriba,
desde los pisos más altos
no se ve nunca el espanto y las heridas.

Cacerola de teflón, volvé al estante.
Yo me quedo en una marcha de estudiantes
donde vos nunca supiste resonar.
Cacerola de teflón, a los bazares
o a llenarte de los más ricos manjares
que en la calle no se suelen encontrar.
Cacerola de teflón, a cocinar.



Sí Copani!!! Ídolo!!! A esa gente que salió a protestar a favor del campo, diciendo que los desaparecidos estaban en Francia viviendo vida de ricos... UNA MIERDA EL MISMO DERECHO QUE YO!!! LA CALLE NO ES UNA MIERDA TUYA!!! Y LA PLAZA MUCHO MENOS!!!

Puta corriente neo-derechista, acusando a Chávez de violento (veo que cagar a la gente de hambre no es violento...), justificando la insurección separatista en Bolivia, defenestrando a los Kirchner por tocarle el culo a todas esas agrupaciones con amnistía a todo juicio...

Todo mi apoyo a la UNASUR, a esta nueva ola que preside gran parte de Sudamérica.

Y VIVA PERÓN CARAJO!!! (cada día un poco más).


Bonus Track para admiradores de Serrat:


Maldito Serrat

lunes, 8 de septiembre de 2008

Google Fight

¡¡¡Qué maravilloso descubrimiento he hecho!!! Podría entretenerme años con algo así.

Les muestro algunas de las peleas que ya hice:

Vélez: 17.000.000 - Huracan: 8.300.000 (Sexto grande; claro, claro)
Tetas: 23.900.000 - Culos: 7.620.000 (IIIIIIIIIISAAAAAAAAAAA!!!)
Perón: 6.780.000 - UCR: 4.680.000 (Los muchachos peroniiiiiiiiistas)
Los Redondos: 495.000 - Soda Stéreo: 2.080.000 (LA WEB ES UNA MIERDA!!!)
Amo las aceitunas: 199.000 - Odio las aceitunas: 30.900 (La gente ama comer caca)
Sergio Denis: 499.000 - Nicole Kidman: 16.500.000 (La injusticia más grande del planeta)
Página 12: 9.650.000 - Diario La Nación: 3.450.000 (Ahora sí)

Obvio que se me ocurrieron muchas más, pero les voy a dar la posibilidad de proponer las suyas... bah, la verdad es que me da paja seguir.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Residente del interior

El perro olía todos los árboles, y tiraba de la soga queriendo correr. Pero yo no tenía ninguna intención de apurar el paso.
Tranquilo, con un cigarrillo entre el pulgar y el índice, caminaba, resistiendo el tirón que provocaba el animal, y sin prestarle demasiada atención a lo que rodeaba a mis ideas revoloteantes. Pero siempre está ese estado de alerta que te devuelve de un latigazo al mundo. Gritos a unos metros de distancia, gritos fuertes y chillones, que no emitían palabra alguna. Únicamente un gemido incansable y desesperado.
Provenían del hotel de mitad de cuadra. Tenía una puerta alta, negra y con la mitad superior vidriada y enrejada. A su lado la enorme ventana, con la persiana abierta, color verde agua, despintada, oxidada, descuidada en líneas generales. Todo encajaba perfectamente en esa perspectiva triste que daba toda la fachada de la casa devenida en "Hotel Familiar", como decía ese cartel pobretón de al lado de la puerta.
Tratando de ser lo mas disimulado posible, giré la mirada hacia mi derecha y vi a un niño tomando vehementemente las rejas de la ventana, agitándose entero, dejando caer lágrimas y con la boca abierta deshaciéndose en los gritos que se escuchaban hacía dos veredas. Detrás de él, alguien que parecía ser su padre lo acallaba, no enojado, inclusive se lo notaba sin fuerzas, resignado, rendido vaya uno a saber por qué cosa.
Esa película era triste y tenebrosa, y ahí sí agradecí el tironeo del perro, que me llevó lejos, hasta que los gritos se fueron esfumando en sollozos y luego en silencio. Pero no sé si fue por que el niño se había calmado o por la distancia con la ventana sumada al ruido de los pocos coches que transitaban la avenida a esas perdidas 10:30 de la noche.
Al emprender regreso con el perro, era obligado el paso por la sombría ventana, y ahora la imagen era otra.
El padre (di por hecho que lo era) había rodeado al hijo con sus brazos, pero no era un abrazo. Más bien era una prisión. Sólo en esa situación le vi al padre algo similar a una sonrisa, seguramente la máxima expresión de felicidad que se le podría escapar. Y el infante callado, con el sendero de las lágrimas aún húmedo en sus mejillas, todavía respirando agitado. Parecía que en ese momento era él el resignado. Ya sin ira, ya sin llanto, ya sin nada.
Desconozco si me vio, pero yo pude divisar en su rostro la misma mueca de resignación que había visto antes en su padre. Eran tan iguales. Idénticos diría yo. Su abrazo era el perfecto cuadro de la derrota.
Seguí camino, y cuando buscaba en el bolsillo las llaves para entrar al edificio, mi perro se enredó con la soga y tropezó. Yo solté una risa tonta e inocente, y agradecí tener a mi hijo de la mano, tan divertido de todo esto como yo.