lunes, 20 de abril de 2009

El día que los relojes adelantaron un minuto

Esto no podía comenzar como otras historias. O sea, su inicio no tiene un lugar fijo, ni siquiera una hora exacta.
No es así por que esto pasó en todo el mundo. Fue un suceso que afectó a los cinco continentes, recorriendo entero el Ecuador y Greenwich, tocando a todos los humanos con el concepto de tiempo arraigado. Desde los que contratan gente para que les lave su refinada vajilla inglesa, hasta los que tienen que exprimir el último centavo de su sueldo para alimentar cinco bocas. Desde el fiestero que perdió las nociones, hasta el que vegeta en una silla, entrelazadas las manos y dibujando círculos en el aire con sus pulgares. Desde el bebé que aun no es más que un anexo, como un "sidecar", de sus padres, hasta el viejo que ha cedido su existencia a una enfermera, y sólo camina por sus propios medios hacia la muerte.
¿Y qué fue lo que ocasionó semejante descontrol? Algo muy simple a primera vista. Y es que hubo un día en el que todos los relojes del mundo adelantaron conjuntamente un minuto.
En el momento exacto del hecho, empezaron a llover cuestionamientos, hipótesis, preguntar de un lugar a otro del planeta. Y todo se confirmó a una velocidad impresionante. La humanidad coincidió en que todos los relojes de la Tierra habían adelantado un minuto, las aguja del minutero había salteado una parte de sus sesenta habituales. Las máquinas se habían comido un pedacito de tiempo.
Entonces, la pregunta empezó a recorrer los noticieros, los foros y el boca en boca: ¿Cuál era el procedimiento de la vida habitual para seguir de ahí en más? Al fin y al cabo, eso era sólo un minuto. ¿A quién hería perder tal mísera porción de hora?
Pero no hay que reflexionar demasiado para darse cuenta de todo lo que encierra ese tiempo, cada uno de los sesenta segundos que lo recorren. Los países más cercanos al sol naciente recibieron anticipadamente el nuevo día, igual de adelantada le dieron la bienvenida a la noche. Y sólo era un minuto. Pero algo se salía de su lugar, algo había sido pasado por alto, y eso era el tiempo.
Todo desesperación, todo desastre por ese minuto que no fue. Porque algo quedó abierto en la razón y el corazón de la gente, en el inconsciente colectivo. Algo insospechado se había robado tantos "te amo", tantos "te odio", tantas pasiones.
Las propuestas de atrasar todos los relojes fueron descartadas al instante. ¿De qué valía? Era absurdo. Era, más que nunca, tiempo perdido, una excusa barata, un placebo. Comerse el jabón y decir que tiene gusto a queso.
El mundo entero cayó en un pánico que en estos días, con el matutino sobre la mesa, al lado del café con leche y las tostadas con mermelada de frutilla, parece infundado. Pero esa incertidumbre fue lo único que se vivió por aquellas épocas nefastas. No se podía pensar en el futuro sin sospechar que eso mismo lo era, que el presente había dejado de existir, o que lo hacía un minuto atrás, sin que nadie pudiese vivirlo.
No hubo fiestas en esos tiempos. El temor lo acaparaba todo. Sólo se veía gente levitando como un cúmulo gaseoso que se perdía en el aire para depositarse en la atmósfera. Tampoco llantos potentes, más bien algunos aislados, tímidos. Poca música, apenas algo de charla.
Era un mundo prácticamente en silencio, sin distinción de lugares. Las ruidosas calles de Nápoli pasaban sin sus gritos de ventana a ventana, los humildes potreros de Buenos Aires con pocos chicos sin emoción, los carnavales de Río desaparecidos, los mariachis de México guardados en casa, las luces de Tokyo casi grises. De aquella manera corrían los días. El sol reemplazaba a la luna y no se encontraba con parejas abrazadas, felices por su noche. La luna sustituía al sol, y no veía ni una pelea, ni una copa de más. La Tierra había dejado de ser redonda, pero tampoco se había vuelto cuadrada. Estaba transformada en una línea recta.
Pero poco a poco el problema se fue sorteando. Se fue asumiendo y olvidando a esos sesenta segundos herejes. Seguramente en ellos se habían ido muchos sentimientos, demasiadas circunstancias, pero el presente era este nuevo. Con un minuto perdido en la historia, como tantos otros que no reflejaron los libros que la humanidad conoció después. No valía la pena perderse tanto por algo así. Al fin y al cabo, era sólo eso. Un minuto perdido.

domingo, 12 de abril de 2009

Y el mar dijo...

Eso es lo lindo de la playa en la madrugada. Caminar solo, pensando, el mar como único compañero, escuchándote la cabeza, escondiendo al sol para dejarlo salir poco a poco, muy lentamente. La arena es molesta, se te pega en los pies, raspa, pero el espectáculo azul del agua tiñéndose de amanecer no tiene desperdicio.
En eso andaba, paso a paso, mirando al suelo, como marcan los manuales para ir pensando solo, volando en esa dimensión inubicable, cuando me crucé con un caracol, de esos grandotes, de los que terminan en punta y dan vueltas rebuscadas. Esos caracoles que de chiquito nos hacen poner en el oído para que nosotros, incrédulos en nuestra inocencia, pensemos que el mar nos habla.
¡Qué recuerdos imborrables de Las Toninas se me vinieron en ese momento a la cabeza! El pedir permiso a mis viejos para ir al mar, mis hermanas acompañándome al chapuzón, los castillitos y grandez pozos con mis primos, "¡CUIDADO CON EL AGUA VIVA BOLUDO!", jajajajajaja. Todas muy lindas anécdotas. La emoción de enterarte que había berberechos, la estúpida idea que esos ocho que habías rescatado antes de que se escabullieran entre la arena mojada podían ser cocinados esa misma noche para darle de comer a la familia. ¿Acaso no podía llenarse uno con berberecho y medio? Suena tan tonto hoy.
Y cómo olvidarme del avión amarillo que gritaba desde el cielo. O desde las nubes. Ja, que gran recuerdo ese de pensar que las nubes estaban pegadas al cielo por una voligoma cósmica. "PIRULO, PI PI ¡¡¡PIRULO!!!". O el horizonte. Cuánto tiempo me desvelé pensando en llegar al horizonte, o alcanzarlo de un piedrazo. Bah, muchas piedras en la playa no se encuentran, son mas hallables los tejos. Alcanzar el horizonte de un tejazo, o llegar a Johanesburgo con un puente que saliera de Las Toninas, desde Avenida 26. "Toninas Bridge to Johanesburgo" era el nombre que le había puesto Gustavo, con quien queríamos ampliar la fama del pueblo. Eso hubiese estado bueno. Casi tan bueno como los "chegusanes" de jamón y queso a las cinco de la tarde.
Pero siempre se volvía a lo mismo: la pelea con la arena. Uno no podía vivir en paz con ella. ¡La ira que me daba mezclar el jamón con un granito de arena! Sentir ese "tac" al morder... Hubiese asfaltado la playa en esos momentos si me hubiese sido posible.
Cuando caía un poco el sol, ya empezábamos a enfilar para casa, porque mal que mal, en vacaciones te acostumbrás a decirle "casa" al lugar donde parás. Eterno Departamento 1, Calle 1 entre 22 y 24. Construcción toninense si las hay, con todos las puertas de entrada de los departamentos mirando a la calle. Largo descampado hasta llegar al edificio, con espacio a la izquiera para las nueve cocheras, una por departamento. ¡Un lujo! El tendedero y la bacha entorpecían las cocheras 1, 2 y 3.
Para entrar levantabas la traba que agarraba los dos listones de madera del portón y de la puertita. Yo entraba corriendo para ganarle la carrera a mis hermanas, que obviamente no me competían debido la diferencia de edad y el lógico desinterés que uno muestra a los 16 años de correr como un idiota hacia la nada.
Apenas terminabas las cocheras aparecían los baldozones con conchillas, que te molestaban mucho para andar descalzo. A la derecha las escaleras, debajo de ellas "LA PUERTITA" donde se guardaba el medio mundo, que seguramente sería el hemisferio sur, porque estaba hecho mierda, y la latente amenaza de un sapo que te saltara de ese escondrijo de mala muerte. Por años pensé que era siempre el mismo sapo. Ya de chiquito era medio idiota.
Sobre la izquierda de la zona embaldozada había primero una duchita, muy útil para sacarte la arena antes de entrar al departamente, pero con la desventaja de que el agua parecía provenir del mismo iceberg que hundió al Titanic. A su derecha tenías la parrila, con las puertitas abajo donde todos los vecinos guardaban el diario y la madera que le sobraran para que el próximo asador tuviera. Es extraño que no recuerde ninguna pelea por la parrila.
Para finalizar, antes de llegar al edificio en sí, al lado de la parrila, estaban, "los tapones" y "la bomba". Poco entendía yo de qué servían, pero eran "LOS TAPONES" y era "LA BOMBA", y fundamentalmente con esta última las peleas con los Bianchini, habitantes del 3 y dueños del inmortal "Cachi", eran eternas.
Bueno, después mi vieja sacaba las llaves (heroico llavero: "Acá están las putas llaves"), y como se entraba por la cocina, el asedio a la heladera era instantáneo. ¿De qué manera olvidar cada detalle de ese lugar? El placarcito que guardaba las cacerolas, las provisiones, los tejos, las paletas, algunas pelotas y el Scrabel. El baño con sus azulejos rosa y el piso negro con un "salpicré" blanco. Yo siempre me olvidaba de sacar el papel antes de bañarme, ergo, siempre había que desperdiciar un rollo cuando me bañaba. También, colgado de chiquito.
Es pequeño pasillo que separaba el placarcito del baño era el que conducía a la pieza, con su cama matrimonial, la célebre "cunita", la cajonera con adornos encima, y el espejo colgado en la pared, con un innecesario rosario de madera. De los adornos apoyados en la cajonera, siempre tuve una especial atracción hacia uno que era un lobo psicodélico hecho de vidrio verde.
Pasando la pieza por una persiana que llegaba hasta el piso, aparecía el fondito. Lo último de la casa y lo menos explorado, porque las hormigas salían por los sócalos y te comían los pies.
Cuando nos terminábamos de bañar, pintaba la caminata a la peatonal, que era la misma calle 1. Pasaba la pizzería de Antonio, 24, Av. 26, 28, 30, y en la 32 empezaba la movida toninense. El Gusano, los jueguitos que me gustaban a mí (aunque fueran todos igual, yo quería a ese por sobre todos), Capri, el paseo hippie, Ennamours, Mafalda, Tony Center, el ladrón de Tony cantando desde el balcón, y "QUÉ LINDO QUE ES ESTAR EN LAS TONINAS, EN LAS TONINAS, EN LAS TONINAS". Antes de la vuelta a casa nos colgábamos viendo a los que se mandan un cuadro de la puta madre con un pincel, cepillo de dientes, un disco viejo de Nilda Fernández y el papel de un Havanette. Jamás intenté siquiera imitarlos. Supe mis limitaciones artísticas desde niño.
La caminata de vuelta terminaba con un heladito, después un rato de boludeo en casa, y a la cama que al otro día de vuelta a la playa.
¡Cuántos recuerdos que me trajo encontrarme con ese caracol! No podía dejar pasar ese momento sin volver a colocármelo en el oído y sentir cómo me hablaba el mar. Lo increíble es que no pensé que fuese tan literal. Acerqué la oreja al agujero del crustáceo y...

- Hola, ¿qué hacés boludo? ¿Todo bien?
- ...
- ¿Hola? ¿Facu?
- Eh... sí... ¿Quién habla?
- Soy yo pelotudo, el mar.
- ...
- ¡HEY!
- Sí, sí, hola. Acá estoy.
- Y contestame carajo. ¿Qué contás?
- Ehhhhh, no mucho. Esteeeeeeeeeeeem... ¿Vos?
- Nah, yo tampoco tengo mucho que contar. Vos sabés cómo es lo mío, escucho nomás.
- Sí, claro, obvio. Ehhhhhhhhh, ¿te puedo hacer una pregunta?
- Dale.
- ¿Estoy drogado?
- Nop.
- ¿Soñando?
- Nah, tampoco. ¿De qué te extrañás? Siempre te colgás mirándome al amanecer y reflexionando. Yo te escucho chabón, me re acuerdo de todo lo que me comentIJIAJIJGIAJIJGIAJDIJI.
- ¡A LA MIERDA!¿Qué pasó?
- Nada, me quedé sin señal.
- Ah...
- Y bueno... ¿Tenés algo nuevo para contarme?
- Qué se yo... recién estaba flasheando con Las Toninas...
- Seeeeeeeeee, te escuché. Qué delirio lo del puente a Johanesburgo. Era un groso Gustavo, jajajajaja. Te acordás lo de "Las Toninas, capital nacional de la fibra óptica".
- ¿Cómo sabés eso?
- Y, lo hablaron en la playa gil, yo lo escuché.
- Pero...
- ¿Pero?
- Nada... nada.
- Estás re loco chabón.
- Se... creo que sí.
- ¿Y como anda la flía? Conocí a tus sobrinitos en estos veranos.
- Ah, mirá vos. Son divinos, ¿Viste?
- Una ternura los dos.
- Tres, tengo tres.
- Cierto que tu hermana PIP estaba emabrazada. Eva le iba a poner, me acuerdo que me lo comentó.
- Ja, claro. Y... ¿qué fue ese PIP?
- Es que me debo estar quedando con poco crédito.
- Uh... bajón.
- Después le cargo una tarjeta. Che, ¿y esa piba que te había vuelto medio loco? ¿Qué onda?
- Mmmmmm, nah, ya re fue.
- Ahhhhhhhhhhhh, se te pasó. Joya loco. ¿Algo nuevo?
- No, no quiero nada serio.
- Eeeeeeeeeeeesa, hijo 'e tigre. Está bien, aprovechá la soltería que después te agarra una, te ata, y te querés matar.
- ¿No te parece un discurso muy mediocre para ser El Mar?
- Por ahí sí. Pero bueno, quería decir algo nomás.
- Ah...
- Bueno fiera, te voy dejando, que hoy hay luna llena, y bueno, vos sabés lo que pasa en las noches de luna llena.
- ¿Es como en "Triste canción de amor"?
- Se, yo le tiré la posta a Álex Lora en las playas de Acapulco.
- Qué groso.
- Se. Pero la verdad que el artista es él.
- Me imagino.
- Te dejo capo. Un abrazo.
- Chau.
- Chaucha. Tu tu tu tu tu tu...

Suavemente apoyé la caparazón telefónica en la arena, miré a mis alrededores, y comprobé que no había nadie. Miré al cielo para que no volviera a pasar algo así, pero recordé que el cielo también había sido mi confidente muchas veces. Miré al frente y sin pestañear emprendí el regreso.

viernes, 10 de abril de 2009

¡¡¡The Wall gordi!!!


El intendente de San Isidro, Gustavo Posse, dio inicio ayer a la construcción de un muro que divida su partido del de San Fernando.
Ante el lógico rechazo de los vecinos, Posse salió a rectificar el proyecto diciendo: "Esto no es contra los vecinos de San Fernando ni del municipio, ya que somos amigos, sino que apunta a hacer interrupciones de los corredores utilizados por los delincuentes para escaparse de la policía."
Ante tal demostración de visibilidad social, ante tamaña muestra de comprensión de la situación actual, los negritos de San Fernando salieron a derribar el muro cual monstruos salvajes y heréticos.
En un noticiero, un vecino negrito de San Fernando fue entrevistado por Canal 7 y manifestó que "sin dudas el tema de la inseguridad es grave y hay que solucionarlo, pero esta no es la manera. Después hay que escuchar hablar de la inclusión social, y así no se llega a eso". Como el sentido común dice, ese señor dijo lo que dijo a cambio del pancho y la coca.

Hablando en serio: si ésto no genera malestar, odio, resentimiento, y consecuentemente inseguridad... ¿qué la genera entonces?