lunes, 28 de diciembre de 2009

jueves, 24 de diciembre de 2009

58 años después...

"No puede haber amor donde hay explotadores y explotados. No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún pueblo el abrazo sincero de la fraternidad. El día del amor y de la paz llegará cuando la justicia barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y de los privilegiados...
Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan;
que sean todos para uno y uno para todos;
que no exista ningún otro privilegio que el de los niños;
que nadie se sienta más de lo que es ni menos de los que puede ser;
que los gobiernos de las naciones hagan lo que los pueblos quieran;
que cada día los hombres sean menos pobres y
que todos seamos artífices del destino común."


Mensaje de Evita para la Navidad de 1951

sábado, 19 de diciembre de 2009

Tic Tac T.O.C.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Se mueven las agujas del reloj, se corren unas a otras en una carrera interminable. Suena la alarma y nada de radio y pum para arriba. Menos música alegre. Eso es quemar música, que una canción linda y vibrante te retrotraiga al espantoso momento de levantarte de la cama.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Infaltable mear apenas despegado de la catrera. Como buen niño pulcro, me lavo las manos y cierro BIEN FUERTE la canilla, por que una gotera puede torturarte todo el día con su tintinear, aunque estés a más de 25 km. de ella.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Cuando pintan tostadas en el desatuno (des-ayuno, o sea que uno rompe con el ayuno de la noche), la manteca, mermelada, dulce de leche, margarina, o lo que sea, tiene que ser sacada de manera prolija y pareja. Digamos que si abrís el pote y ves un agujero enorme en el dulce de higo, la sensación es espantosa. Hasta sentís que el propio tarro se queja de tamaña desprolijidad. El método apropiado es ir sacando primero de los bordes, acercándose al centro y procurando mantener la uniformidad en la superficie.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Antes de salir, saco al perro, procurando que haga sus necesidades en árboles distintos a los de la salida inmediatamente anterior. Después sí, encaro para el laburo, esquivando las diagonales imaginarias que cortan las veredas formando cuatro triángulos isóceles. Si piso alguna de esas diagonales, yo estoy convencido de que pasa algo malo. O ese día va a ser pesado, o voy a perder un subte, o muere una especie de mosquito particular de Nigeria.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Bajo al subte deslizando mi mano derecha por la baranda. Después tengo que frotar la izquierda por que si no empieza a tener una sensación extraña y me vienen como puntaditas en la palma. Cuando termino de frotarme las manos tengo la costumbre de hacerme sonar los pulgares. En el andén, pegado a la fosa por donde avanza el tren, hay unas baldozas con puntos que sobresalen a modo de textura, en señal de alerta para los pies de los pasajeros, indicando que no avancen más. Importantísimo pisar esas baldozas cuatro veces, primero con un pie, luego dos veces con el otro, y finalmente con el primero. En este caso es indiferente cual pie va primero, no así a la hora de ponerse el calzado: ahí, primero el izquierdo.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Cuando llego a Plaza de Mayo, salgo por la salida que desemboca a la izquierda de la Casa Rosada. Normalmente paso por los molinetes de madera, rápido por que siempre pienso que el barrote de atrás me va a pegar en el culo.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Empiezo a caminar para la zona de Puerto Madero, donde trabajo. Tengo que cruzar el puente de Macacha Güemes (continuación de la calle Perón). El que conoce ese puente sabe que la senda por donde deben cruzar los peatones son unos tablones de madera sostenidos por unas vigas del orto. Mirás para abajo y ves el río, los pescaditos invitándote a una fiesta, un cocodrilo hablando en secreto con un tiburón planeando cómo comerte mejor, etcétera. En fin, ayudado por mi vértigo, ese puente de mierda me da una desconfianza del carajo. Entonces cruzo de una por la calle, lo más pegadito posible a la parte peatonal, como para evitar mirar para abajo y encontrar tal panorama desolador y desesperante.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Una vez cruzado el puente del demonio, caminando por el malecón Pierina Dealessi, los baldozones tienen un formato tan particular que uno da por cada baldozón una determinada cantidad exacta de pasos, siguiendo un ritmo armonioso durante esas últimas cuatro cuadras que me separan del trabajo. El ritmo es simple: los primeros dos baldozónes alcanzan para tres pasos, el tercero dos pasos, nuevamente dos baldozones de tres pasos, tres de dos pasos, uno de uno, dos de dos, uno de uno, y reiniciando la serie con dos baldozones de tres. Traducido: 3,3,2,3,3,2,2,2,1,2,2,1,3,3,2, y así sucesivamente.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Entro, dejo la mochila en el piso debajo del escritorio (siempre con la parte de las mangas de la mochila mirando hacia el frente) y acomodo todo lo que hay arriba del escritorio. Si yo falté el día anterior, o si me fui más temprano, siento que la mesa es un quilombo, aunque no lo sea. Entonces: los sobres mirando para el frente, paralelos a los bordes de la mesa (aproximado, tampoco cacho regla y escuadra), y, particularmente con mis trámites, acomodando uno arriba del otro, ya pensando en el orden de efectuación (¡Qué palabra!).
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Al igual que cuando saco al perro, cuando salgo a cadetear (sí, no flasheen nada groso sólo por que laburo en Puerto Madero) procuro hacer un camino distinto al del día anterior, como para no aburrirme. Y, a menos que el lugar sea muy lejos, o que me venga un terrible ataque de paja (lo cual está siempre contemplado), evito los bondis, por que ya sé el camino que van a hacer, y me hace sentir que es todo muy rutinario... que efectivamente lo es. Yo lo hago así, y orgulloso me pongo por momentos de mis estructuras.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Es obvio que por mi tipo de trabajo entro y salgo todo el tiempo de distintos edificios, equipados con distintos ascensores. Me resulta bochornoso que el botón del ascensor no sea botón, si no esa chapita que activa apenas la tocás. No, malísimo. Los botones tienen que ser bien apretables, que se escuche claramente el "click" al tocar. Y si son bien luminosos mejor.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Así pasa el día de laburo y la vuelta a casa, entre tanto delirio de simetría y pisadas palíndromo. Vuelvo una vez más en el subte, mismo proceder a la mañana, aunque más despierto. Bah, despierto. Yo siento que realmente me despierto cuando estoy por cruzar el puente. Cuando voy llegando a la puerta de mi edificio, hago un examen de mi alrededor, buscando evitar cruzarme con algún vecino que salte con esas charlas estúpidas e incómodas de ascensor. Entro al departamento, mi perro hermoso me saluda feliz, le doy de comer,y probablemente prenda dos segundos la tele a ver un poco de "Visión 7" o "6,7,8", depende la hora. Infaltable control del volumen, que debe encontrarse en número par. El único impar aceptable es el 5, por que está en el medio y no jode tanto. Es más, tener el volumen en 25 por momentos me resulta más gratificante que tenerlo en 28.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
A determinada altura de la noche ya tengo un hambre que me podría comer un dinosaurio (¡y vivo!). La particularidad a la hora de comer es que no suelo mezclar la comida en sí con la guarnición, en caso de que haya, a menos que sea milanesa con puré, a la cual sí, por cada pedacito de milanesa adjunto uno de puré. Si no, primero la milanesa y después la papa frita, primero el vacío y después la ensalada de lechuga y tomate. Comer prolijo también es muy importante. Inclusive he llegado a comer los mostacholes tricolor sin mezclar los colores. Primero los amarillos, después los verdes, por último los naranjas.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Vuelvo a sacar al perro, recordando cambiar respecto a la salida de la mañana. Cuando vuelvo, me baño, siguiendo el orden: primero me pongo el shampoo, pero lo dejo sin enjuagar. Antes me enjabono, empezando por el brazo izquierdo, después el derecho, después el pecho y la panza, luego las piernas (no empiezo por ninguna en especial), después las axilas, y ahí sí me enjuago primero el cuerpo y después la cabeza. Le toca el turno al acondicionador, que mientras lo dejo haciendo efecto sobre mi hermosa cabellera, me lavo mis partes íntimas.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Me preparo la ropa para el día siguiente, por que si tuviese que hacerlo apenas me levanto de la cama, no entendería nada, no sabría que ponerme, y sería capaz de ir a trabajar en pantuflas y smoking, con dos medios de distinto color. Hago el control general, verifico que la alarma esté en funcionamiento, cuento hasta cuatro (celular, plata, documentos, llave), y me voy a dormir. Aunque la verdad que siempre tardo en conciliar el sueño por que me quedo pensando, me voy por las ramas, y...
Tic, tac, tic, tac, tic, tac... T.O.C.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Llenos totales

Vélez Campeón vs. "B"uracán, final del Clausura '09, en el Amalfitani






Acto del 15-12-09 en el Amalfitani






Coinciden las grandes mentiras de la prensa:
Huracán es amargo, no puso huevos, y terminó perdiendo como el partido lo ameritaba. No fue el equipo del pueblo, no fue el Milan de Capello ni el Barcelona de Guardiola, no se lo recordará por la eternidad, ni nada de eso.

Esas dotes de convocatoria que pretenden darle a los actos de las patronales son puro chamuyo. Convocatoria de verdad se ve en actos como el del 15-12. Nacionales y Populares. ¡Con el chori y la coca a pleno papá!
Aunque con bombos y platillos anuncies 20.000 en los actos de las patronales (fueron 6.000), y con miedo, rencor y envidia 45.000 en el acto de Camioneros en apoyo al Gobierno (fueron 65.000 mínimo), algún día tu mentirita dejará de ser aceptada por todos como la verdad.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Lágrimas esquivas

Había agua inundándome las pupilas.
Mis pestañas fueron la represa
que evitaron el desborde fatal.
Pero la ira sigue junta y contenida
y yo con una guerra en la cabeza,
dejando todo por poder llorar.

Por algo de ánimo, recibí la ira.
Entiendo y me da algo de pena,
¿pero cuánto se puede aguantar?
Paz es una palabra que está maldita,
y yo me siento marino de tormentas
peleando contra todo el altamar.

Algunos podrán arrancarme una sonrisa,
por suerte me rodea gente buena
que escucha mi mudo lagrimear.
Pero hoy me gambetea la alegría,
hoy me está bailando la tristeza,
y yo sigo sin poder llorar.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Milagritos y los calesiteros

Las vi desde lejos, sentado en un banco cualquiera de una plaza cualquiera. Sus ojitos dulces, tiernos y perdidos se volvían locos mirando la calesita. La madre, tan joven y tan vieja (o avejentada), apenas forzaba una sonrisa, sosteniendo a su hijita, loca por probar el juego de plaza. Me enteraron de que la beba se llamaba Milagros. Milagritos me sonó más simpático.
La mamá de Milagritos hablaba con el calesitero. Más feliz que antes, compró un boleto y dejó a Milagritos en la calesita, sentada en el caballito. O mejor dicho, el corcel, más digno de una princesita.
En la primer vuelta Milagritos veía los adultos de fuera de la calesita; les sonreía, sin entenderlos mucho. Cuando en su ángulo de vista entró su madre, ella seguía hablando con el calesitero que, distraído en la charla, ni le ofreció la sortija. No llegó a comprenderlo, pero tampoco llegó a importarle, por que quería otra vuelta. La mamá, mientras, se despedía del primer calesitero, al que se le había finalizado el horario de trabajo. Vino el segundo calesitero, y también le dio buena charla a la madre. Con buenas intenciones, le regaló una segunda vuelta a Milagritos. Esta vez, la vuelta iba a ser en el cochecito, menos glamouroso, pero con la impresión de darle más vértigo al giro incansable de la calesita.
La gente que la miraba de afuera ahora era otra, pocas caras conocidas, todas muy difusas. Una vez más, volvió a ver a su mamá conversando interesada con el nuevo calesitero. Otra vez, la sortija volvió a escapar de sus manos indefensas. Algo apenada, vio como el segundo calesitero se iba sin mediar palabra, dejando a Milagritos sin sortija y a la mamá con una lágrima caminándole la mejilla. Automáticamente llegó un tercer calesitero, al que la mamá le compró desesperada un boleto, con expectativas de que por fin Milagritos consiga su sortija. Era el turno del banco de plaza.
Ahí se quedó Milagritos, sentada, aburrida, angustiada e impaciente de su sortija. La calesita dejó de detenerse a cada vuelta, y en cada nuevo giro aparecía un nuevo calesitero junto a su madre, mostrando la sortija, pero esquivándole las manos.
Después de muchas vueltas, Milagritos se cansó y saltó fuera de la calesita, cayendo justo junto a su madre, ya no tan joven, y cada vez más avejentada. Milagritos la abrazó fuerte y con mucho orgullo. Pero todavía el mundo le gira, gira y gira.