Quiebre mental

Las voces cruzan de un lado a otro, rebotando y sin nada que las detenga.

La arena es dulce y estupefaciente, pero a estas alturas se digiere como agua del oasis.

Observándome en el espejo revocado veo un reflejo de contorno e indetallado: ahí está la esencia inalterable, la que no debería desaparecer a menos que alumbre el foco del engreísmo, la vanidad y el desamor.

Un flash molesto.

Floto mientras los danzarines zumban desinterés, y entro al cuarto de vasijas de arena dulce. Es un buen lugar para almas en pena y en búsqueda del cielo abierto en el chaparrón.

Corro muy lento y batido a la ventana y con gritos adecibelados le pregunto a la luna:

¿Dónde estás? ¿Qué estás pensando? ¿Cómo me estás pensando? ¿Y vos cómo estás de salud? ¿Y yo cómo estoy en un rato? ¿Y yo?

Lentas, silenciosas, invisibles, fugaces, pero aún así suculentas, las lágrimas le dan una regada a las mejillas. Con un paso tan sutil y significativo, la humedad desaparece; y me espera con los brazos abiertos (como siempre a menos que yo exija lo contrario) ese otro que va paralelo y al que no le alcanzan las gracias dadas y por dar.