sábado, 19 de septiembre de 2009

Sobrecitos de azúcar

Puso su mano sobre la barra dorada vertical y empujó, como cada día. A pesar de lo rutinario de su entrar y salir del bar, su timidez y trato algo seco apenas si le hacían saludar al mozo que le servía todos los días.
- Un cortado.- dijo, como cada día, aunque sabía que el mozo conocía su pedido. Lo que pasa es que decir "lo de siempre" hubiese cambiado esa distancia que prefería mantener. El mozo sólo atinó a asentir suavemente, como cada día, y se dio vuelta, comenzando a caminar, rumbo a la barra para hacer el pedido.
Tobías empezó a mirar a la gente que, como cada día, compartía ese pequeño descanso en el horario de almuerzo, en aquel bar paqueto pero humilde de San Telmo. Desde su mesita comenzó el recorrido de cada día: el cincuentón pelado que leía diario La Nación totalmente desplegado sobre la mesa, sosteniendo el capuccino con su mano izquierda; las tres solteronas (o eso creía) que rozaban los cuarenta, sacando cuero a cuanto ser viviente pasase cerca de la ventana; la pareja que se había decidido a romper sus sendos matrimonios para aclarar de una vez por todas su amor... o algo así, ja. Inventar historias de la gente que ni conocía era quizás el pasatiempo preferido de Tobías. Esa era tal vez la expliación a su poco afecto a la sociabilidad. La vista siguió su camino, se encontró con una bella mujer sentada junto a la ventana... ¿La bella mujer junto a la ventana? ¿Desde cuando compartía el rito del bar? Ella había llegado para romper tanta rutina, darle al"como cada día" un significado obsoleto.
Apenas que alcanzaba a verle una parte de su cara, algo del perfil nomás. Por eso examinó el resto de su figura. Elegante. Muy elegante. Traje con pollera, negro con finísimas líneas grises. El saco estaba colgado de la silla por los hombros, lo que dejaba la camisa rosa a la vista. Zapatos negros, sobrios, con algo de taco, lo justo y necesario. Sin dar demasiado tiempo para ser observada, ella giró la cara para llamar al mozo. Su pelo negro y ondulado flameo levemente, sus ojos oscuros estaban apenas maquillados. Una lástima que no dejó ver su sonrisa. Apenas levantó la mano haciendo la universal seña de "la cuenta mozo". Tobías esperó la vuelta del mozo para escuchar la única palabra de la nueva belleza. "Gracias" atinó secamente. Tomó la cartera de la mesa, luego el saco que llevó bajo el brazo, y se fue. Volvió a pasar por la ventana de la que hasta hacía segundos había sido su mesa. Lindo caminar tenía, parsiomonioso. Se perdió después de la última ventana del bar. Tobías terminó absorto su cortado, pidió la cuenta y volvió al trabajo.

Puso su mano sobre la barra dorada vertical y empujó, como cada día, o con algo más de ímpetu quizás. Dirigió la vista directamente a aquella mesa pegada a la ventana. Similar conjunto al de ayer, esta vez traje color beige, remera negra lisa, algo de escote. "Bastante bien" se dijo en voz baja Tobías, sin querer levantar sospechas. El cincuentón leía La Nación, como cada día; las tres solteronas (o eso creía él) chusmeaban, como cada día; La pareja reía cómplice, como cada día; y él, como nunca, cambió de mesa. Pegada a la ventana, la última del bar, justo detrás de la mesa de ella. No iba a poder verle la cara, pero si no se daba vuelta, como él sospechaba, iba a poder analizarle los movimientos, las costumbres, pensar qué hacer para acercarse.
Pero era difícil. No leía nada, no hablaba por celular, no parecía esperar a nadie, y daba la sensación de tener la vista fija en un solo punto en el vacío, como mirando atentamente a la nada. Es cierto que al verla de atrás era complicado afirmarlo, pero daba toda la sensación. No giraba la cabeza en lo más mínimo, y ni siquiera se inclinaba para tomar su cortado, sino que empinaba el brazo hasta que el líquido cayese a la boca. Al igual que el día anterior, pidió la cuenta y se fue. Seguramente empezaría a tomar el hábito de ir todos los almuerzos a aquel bar. Porqué no lo había hecho antes, Tobías no lo sabía. Tal vez tenía la misma costumbre en el bar que había cerrado en la otra cuadra. Cuando salió, pasó por la ventana, dejando ver de cerca su contoneo, con su mirada igual de perdida a como lo sospechaba.

Puso su mano sobre la barra dorada vertical y empujó con decisión, mucha más que ayer. La estrategia era cambiar de lugar, volver a sentarse junto a la ventana, en una mesa contigua a la de ella, pero del otro lado, cuestión de verla de frente. El sol traspasaba la ventana, le pegaba justo, la alumbraba, dejaba verle todos los detalles.
Ese día llevaba rodete. Tuvo la posibilidad de analizar pacientemente su mirada perdida, como cada día. Sus ojos marrones efectivamente se esfumaban en un punto fijo en el aire de aquel bar. Unas arrugas tímidas, y poco visibles si no era con detalle, asomaban al costado de aquellos ojos que no desnudaban nostalgia ni alegría. Los labios le brillaban sutilmente, como todo en su cuerpo. La nariz, levemente aguileña, encajaba justo en todo el contexto.
Tobías se dedicó todo el almuerzo a buscar llamar la atención de la todavía desconocida. Se puso a leer unas páginas de "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera, un libro que le interesaba nada, pero que ya en el título daba un aire intelecutaloide similar al que ella irradiaba con su seco actuar. Fingió toser, canturreó todo tipo de músicas para ver si le llamaba la atención, hasta tiró disimulada y voluntariamente una lapicera cerca de ella. Se levantó a buscarla, le soltó un "perdón" tan inocente que daba lástima, a lo que ella respondió con una casi imperceptible sonrisa de compromiso, sin dignarse a mover la vista hacia un desesperado cuasi púber Tobías.
Al final, como cada día, ella pidió la cuenta. Él sintió que ya todo estaba perdido. Como cada día, ella se levantó, tomó el saco del respaldo de la silla (tanto se había concentrado en mirarla a la cara que ni había visto el conjunto gris con camisa roja, combinando ridiculamente con los zapatos), aunque no lo puso debajo del brazo, sino que se lo colocó. Comenzó a caminar, y al pasar por al lado de Tobías le dedicó un "hasta luego" que hizo sangrar los tímpanos del pobre hombre que tardó segundos, minutos eternos en caer en el saludo.
Suficiente señal para Tobías. No todo estaba perdido.

Puso su mano sobre la barra dorada vertical y empujó con decisión renovada, peligrosamente definida. La caída del ánimo fue como un elefante arrojándose al vacío en las Cataratas de Iguazú. No estaba. Ni en su lugar típico ni en ningún otro. Tobías dudó si sentarse, si huir, si gritar, si tomar una silla y partírsela en la cabeza al mozo (que ese día tenía más cara de pelotudo que de costumbre), si prender fuego todo, si... si nada. Unos pasos; mejor dicho, esos pasos tan justos y parsiomiosos, penetraron en el murmullo quieto del bar.
Tobías se dio cuenta que en el apuro de volver a verla, había adelantado quince minutos su horario de almuerzo. Con el corazón todavía golpeando duro y parejo, se sentó en el mismo lugar de antes, de frente a ella.
- ¿Qué tal?- dijo con decisión algo dudosa.
- Hola, buen día.- dijo ella, apenas mirándolo. Algo que Tobías vio como una sonrisa dulzona se dibujó en aquella cara; aunque para ser sinceros, los ojos de Tobías en ese momento echaban azúcar para todos lados.
- Empezaste a venir todos los días al bar. Antes no te veía. Digo antes por que yo vengo siempre. Todos los almuerzos aprovecho, prefiero un cafecito tranqui a tentarme y comerme una napolitana con fritas. Imaginate, si todos los mediodías ando con eso, salgo rodando, jajaja.
El monólogo fue tan torpe, obvio y desesperado, que hasta él mismo se dio cuenta al terminar esa risita idiota. De haber estado solo, se hubiera golpeado la frente con un cucurucho de helado de frutilla.
- Ja, sí. Tal cual.
Fulminante. Un rayo. Como miles y miles de volts golpeando todo el cuerpo de Tobías en una descarga única y certera. "Ja, sí. Tal cual". Respuesta seca, horrible, decepcionante. Digna de hacer sentir a uno cuan basura inservible.
Ambos terminaron sus cortados encerrados en sus propios pensamientos. Ella no parecía muy preocupada, ni siquiera influenciada por lo que había pasado hacía minutos. En cambio, él era una piltrafa, una pseudo persona. Se rascaba la cabeza, la barba, los brazos, las piernas, metía su índice derecho por entre los huecos que se forman entre botón y botón de la camisa para rascarse más efectivamente el pecho. Tan encerrado se quedó en su fracaso, que el tiempo se consumió. Ella pedía la cuenta, levantaba su saco negro rayado, como el del primer día, para cubrir su camisa rosa, como la del primer día, estiraba sus piernas y disponía la retirada, la cruel huida. Tobías sólo tuvo fuerzas para una pregunta:
- Perdoná, ¿Tu nombre?
- Oriana.- recibió de respuesta al pasar, ya sin sonrisas. Ni falsas ni verídicas.
- Qué lindo nombre.- acotó él. No hubo respuesta.

Puso su mano sobre la barra dorada vertical y empujó, tan abúlicamente que con suerte alcanzó a abrir para entrar al bar. Volvió a ir quince minutos antes, pero hoy retornó a la mesa ubicada a espaldas de Oriana (sí, era un lindo nombre). Hoy era el último día de la semana, Tobías lo tomó como una última chance, aunque su actitud no hacía ver eso.
Pasaron cinco, diez, quince minutos. Todavía podía llegar. Veinte, veinticinco, media hora.
Tobías pidió la cuenta, resignado a no ver ningún trajecito, a no tener ni la esperanza de ver una sonrisa. Triste, como cada día hasta aquel en que la vio por primera vez, se levantó y se fue del bar, sin saludar a nadie, con el cortado vacío y los sobrecitos de azúcar cerrados.

martes, 15 de septiembre de 2009

...

Sí, el título es por que todo esto no tiene ningún sentido oculto, onda "lo que quise hacer con estos dos videos fue demostrar fehacientemente la opresión de los medios sobre los pueblos originarios de Sudáfrica, sustentados en bases secretas en Djibouti. Pretendo dar a entender un mundo como el del Fifa '98 Road To World Cup, donde el más pequeño podía darle batalla tranquilamente al más grande (Efectivamente yo salí Campeón con Vanuatú, en nivel Internacional. Un groso el pibe.)"

Los dos videos estás bárbaros y punto, no hay nada más que decir.

...

Bah, sí hay algo: ¡¡¡Viva Perón Carajo!!!

Spider from Qoob TV on Vimeo.


Para descomprimir un poco tanta tensión:

Love Sport - Paintballing from Qoob TV on Vimeo.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Desequilibrio y desconcierto

Nunca muere, círculo de mierda,
no empezó y nunca cierra,
sólo abre heridas de guerra
de un tiempo anterior.

Es inútil todo el chamuyo,
eso que ésto es algo suyo.
Ya no puedo con mi orgullo
y quiero la solución.

No debería serme nuevo
verme que no voy de malevo,
que no como todo con los huevos
para estar mejor.

La solución está en otra parte,
pero yo no puedo escaparme,
de este asunto, de esta cárcel,
de este amor.

No quiero sentir que ésto
deja mis fuerzas sin resto,
volver a sentir que apesto
y muero en un zanjón.

Hoy quiero aceptar los abrazos,
no negar a quien tengo al lado;
nunca más ese cariño escaso
que tanto lastimó.

domingo, 6 de septiembre de 2009

7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.


Rayuela - Julio Cortázar