viernes, 26 de diciembre de 2008

Retazos de cristal

¡Riiiing! ¡Riiiing!
El teléfono negro, con un aire gótico, sonó en la casa de Juan.
Nunca sabía a quién iba a atender, pero sí sabía el motivo de la llamada. Nada original, siempre lo mismo, jamás un final meritorio de un cuento. Iba a volver a atender, conversaría un rato, le preguntarían por ese "lugar que nadie conoce", después el miedo y por último el sonido de ocupado del otro lado del tubo, previo saludo a las apuradas.
Sin embargo, cada llamado daba esperanzas de algo nuevo. Deseos de volar libre por los viejos pagos.
Particularmente a Juan, su anterior vivienda le había dejado recuerdos desdichados, miserables, una plaga de obstáculos, dolores, impedimentos propios, rencores. Su visión fatalista y su avaricia eran clara muestra de su estado actual. Solo hasta en los recuerdos.
Tomó el tubo del teléfono con sus dedos cadavéricos y fríos, lo levantó e hizo los cordiales saludos de protocolo.
- ¿Cómo te llamás?- le preguntó la voz de Manuel, que trataba de ser firme.
- Juan.
¡Qué linda era esa primera pregunta! Cada vez que se la hacían era un mundo nuevo, temores renovados e inconclusiones del otro lado de la línea.
- Hola Juan, ¿Cómo estás?
- Solo y feliz.
- ¿Y porqué estás solo?- exclamó una voz femenina. Juan no contestaba.
- ¿Te fuiste Juan?- preguntó Manuel, retomando la conversación.
- No. Respeten las reglas.
- Sólo yo pregunto, ¿no?
- Sí.
Juan intentaba dar las respuestas más cortas y concisas posibles al que ocupaba el tubo, sin brindar la más mínima cordialidad a los otros que escuchara de fondo. A ellos, ni una palabra. Él elegía cuándo atender, él decidía cuándo y a quién contestar.
Leandro se había ofuscado un poco por las últimas palabras de Juan. Siempre reclamaba más atención, el centro de la escena, por más que quisiera disimularlo con su falsa modestia.
- ¿Porqué no puedo hablar yo?- preguntó sin recibir respuestas.
- Bueno- dijo Viviana a los pocos segundos de no recibir respuesta-, digámosle a Manu que pregunte. ¿Le podés preguntar lo que yo pregunté antes?
- Dale- dijo Manuel, y tomando aire repreguntó: -¿Porqué estás solo?
- Porque yo lo decidí así- retomó Juan al diálogo, tan seco como antes.
- Pero ¿así porque sí? ¿No hay más explicaciones? Queremos saber más. Estamos muy interesados en hablar, por eso llamamos. Tenemos mucha curiosidad.
- Y la curiosidad mató al gato.
- Pero yo no soy ningún gato- acotó Leandro, queriendo reir para descomprimir el ambiente. No lo logró. Ni con Manuel y Viviana, ni consigo mismo.
- ¿Qué te hizo decidir algo así Juan? ¿O quién?- indagó Manuel, jugando con los límites de la charla- Uno no se queda solo para siempre por nada o por nadie. Queremos saber Juan, queremos hablar con vos. Y vos querés hablar con nosotros. Si no, no hubieses contestado.
La respuesta de Juan tardó en llegar, y en el ambiente de Manuel, Viviana y Leandro, corría un aire místico e intimidante. Manuel era el que parecía más calmo y concentrado, a pesar de las uñas de su mano izquierda totalmente comidas; Viviana mostraba su miedo, no lo ocultaba, pero así al menos podía conservar sus cabales, distinto de Leandro, que ya había perdido su supuesta valentía, y respiraba muy agitadamente.
- Quizás sean muchas preguntas- respondió Juan.
- Y queremos las respuestas, o algo- retrucó Manuel, que siempre le había costado estar callado. Por momentos hablaba cuando debía callar, metiéndose en situaciones que no le incumbían en lo más mínimo.
- Bueno, te voy a contestar. Atentos todos...
Los tres juntaron un poco las cabezas y prestaron los sentidos a la charla. Juan empezó un monólogo furioso.
- Mi infancia fue de pobreza. Poca comida para el estómago, poco cariño al corazón. Rencor, envidia, ira, eso es lo que más junté en mi vida- la charla se iba haciendo cada vez más difícil de seguir. Viviana se estremeció con tantas palabras. Nunca había escuchado una conversación de ese estilo donde el del otro lado se extienda tanto con su discurso-. Al principio fue inconciente, pero creo haber descubierto, poco antes de mudarme acá, que fue lo que seguí buscando y juntando por siempre. Ergo, sigo juntando ahora.
El silencio en la casa de Manuel, donde estaban los tres, se hacía irrespirable. Manuel no sabía con qué continuar, los otros dos ni siquiera podían recomendar. La cantidad de relato hecho por Juan confundió a todos.
- ¿Algo más?- agregó desafiante Juan.
- Sí- contestó Manuel, orgulloso como siempre, casi al punto del egoísmo total, dejando de lado las lágrimas de Viviana y los nervios electrificados de Leandro- Quiero más, todo lo que pueda saber. Yo sé que puedo ayudarte.
Ese era el tema de Manuel. Haber ayudado a alguien como Juan iba a hacerlo ver como un héroe de valentía infinita. Tal vez nadie iba a creerle, pero los dos que estaban ahí sí lo harían. Y entre esos dos estaba Viviana. Viviana Naira, su gran amor, al cual únicamente sentía llamar la atención cuando hacía estos "actos heróicos", por más que Viviana no les diera tanta importancia.
Ella buscaba otras cosas en su Manu. Lo quería, pero quería que él llegue mediante otros actos. Pero Manuel era una piedra, no tenía otro camino, no iba a salir a conocer otro. Y así salía día a día, destilando orgullo, alejándose cada vez un poco más de ella.
- Ja- rió eufórico Juan-, está bien. Yo conocí una chica, a la cual amé muchísimo. El único ser en ese podrido mundo suyo que me pudo sacar una sonrisa. Me daba ganas de salir de mi miseria, de explotar el resto del mundo para quedarme solo con ella. Pero tan egoísta fui siempre, que la perdí antes de tenerla. No pude soportar no tenerla y la maté. Su nombre era Lisabeta.
Esas ocho letras provocaron un llanto de miedo en Leandro, un llanto desgarrador. Viviana y Manuel no pudieron más que mirarse a los ojos con la boca abierta, sin reacción. La madre de Leandro se llamaba Lisabeta, y había muerto cuando él era todavía un bebé.
Se había criado con los abuelos, pero ellos le habían dicho que su madre había muerto de un infarto. No, no podía ser cierto, no podía ser ella. Pero Lisabeta era un nombre tan poco común... ¿Sería ella? ¿Toda una historia de vida falsa?
Manuel no pudo consigo mismo, y sin prestar atención al estado de Leandro, que pedía un corte, dijo:
- Juan, la mamá de Lea se llamaba Lisabeta, pero siempre nos dijeron que...- Juan no dejó terminar la frase.
- Era ella- selló fulminantemente. Todo fue silencio.
- ¡¿Y de mi papá?! ¡¿Qué sabés de mi papá?!- gritó Leandro, ya fuera de sí.
- ¿Qué sabés del papá de Leandro, Juan? Tenemos entendido que fue en un accidente de tránsito.
- Mentira. Yo lo maté. Antes que a Lisabeta.
- ¡Basta!- el alarido de Leandro se escuchó potente en la habitación- ¡Basta! ¡Es todo una mentira! ¡Me están queriendo asustar! ¡Están jugando demasiado sucio! ¡Yo nunca llegaría a algo así! ¡Basta!
- ¡¿Cómo nos vas a acusar de algo así?!- replicó Viviana- ¡No somos nosotros, es "Él"!
Juan volvió al ruedo.
- Sí Leandro, tu papá era un pedante, luciéndose de la mano de tu madre por todo el barrio, con su mirada asquerosa, altanera. No era suficiente para ella. Yo era el indicado.
- ¡Hijo de puta!
- Pero cuando lo saqué del camino- prosiguió Juan, haciendo caso omiso al insulto de Leandro- tu mamá no supo ver lo bueno, no me supo ver a mí.
- ¡Callate! ¡Es todo una falacia! ¡Una puta falacia!
- Años luchando por conquistarla- Juan no se detenía-, años vividos sólo por Lisabeta. Y nada. No sabía perdonar. Yo estuve prófugo todo ese tiempo, siguiéndola a ella. Creo que la atormentaba un poco, pero ella tenía que ser mía.
Leandro estaba sacado, puteaba a los cuatro vientos. Manuel y Viviana querían calmarlo, pero sabían que era imposible. Juan supo reconocer la gran oportunidad.
- Siempre te tenía a vos en brazos cuando la encontraba.
- ¡Andate hijo de puta! ¡Andate bien a la mierda!
- ¡No!- se desesperó Manuel- ¡No lo despidas así! ¡Sabés bien lo que puede pasar!
- ¡No me interesa! ¡Que se vaya y no vuelva nunca más! ¡Hijo de puta!
Esa era la despedida que Juan esperaba. "Gracias", dijo antes de empezar a recorrer la habitación de los chicos.
Leandro se paró de un salto. Sus gritos eran los de un desquiciado, y golpeaba con toda la furia posible a las paredes. Llenó de insultos a Manuel, y con el rostro pálido y las mejillas repletas de lágrimas, se fue del lugar sin decir más nada. Nunca más volvió a hablarle ni a Manuel, ni a Viviana.
Quedaron ellos dos solos. Tantas veces lo hubiesen querido, y ahora que había pasado no podían pensar más que en lo recién sucedido.
En eso estaban, mirándose atónitos, sin saber qué decir ni hacer, cuando las fotos de arriba del bahiut empezaron a moverse.
No pasaron más de diez segundos para que saliesen de la habitación y Manuel cerrara con llave. En la calle, volvieron a mirarse, totalmente agitados.
- Qué nocha loca, ¿no?- dijo Manuel.
Viviana tuvo una mirada tan terminante que Manuel sólo pudo atinar a mirarse las zapatillas.
- Manu... la verdad es que sos un idiota. No volvamos a hablar de esto. No volvamos a hablar. Igual no íbamos a llegar a nada. Chau.
Le dio un beso frío en la mejilla, dio medio vuelta y encaró para su casa, sin siquiera amagar a mirar atrás. Manuel se quedó solo con su orgullo, parado en la vereda, sin poder acomodar en la cabeza todo lo que había pasado esa noche. Miró por última vez hacia donde estaba la habitación, y un escalofrío le recorrió toda la columna. Volvió para su casa, sabiendo que nunca iba a volver a pisar esa habitación.
Ésta quedó abandonada. Nadie pudo animarse a entrar de vuelta. Hasta que un día un escéptico entró. Estaba todo acomodado, excepto por los papelitos con letras y números diseminados por todos lados, rodeando a los retazos de cristal.

2 comentarios:

  1. ya te dije, me dio escalofrios.. muchisimos!
    igual amo como escribis, como describis, todo.. me encnataaa

    te voy a hacer un club de fans jajajaajja

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