domingo, 24 de enero de 2010

Pleno al 16

Le pongo pleno, voy con toda la confianza, por que sé que no me falla en las difíciles. Le pongo un pleno al 16, le caen encima las fichas tanteando suerte, esperando esa ayuda que le viene de otro lado que nadie conoce, que nadie entiende, pero que hace que la bolilla detenga su giro vertiginoso y el posterior regolpeteo en el exacto casillero de la felicidad. El casillero que activa la voz del croupier, como a una de esas antiguas Spika que los domingos de fútbol gritaban desaforadas los goles. "Colorado el 16" es lo que se escucha en la mesa.
Es el guiño, esa sonrisa de por ahí, la que recuerdo de bien chiquito, esa que volví a sentir en tantos otros momentos, esa palmada en la espalda en noches de desconsuelo, esa caricia tierna que me hizo dar vuelta para ver si (en una de esas cosas raras que no tienen explicación) estabas detrás.
No estabas ahí, pero apareciste de algún manera en esos momentos en donde ya no pude encontrar apoyo. Y aparecés, como viejo burrero, quinielero y jugador, en una ruleta. Recomendando apostar a la calle, que también ayuda mucho. Y poniendo las fichas, tapando el 16 con circulitos de plástico, como una señal de presencia, de que también estás ahora que, a pesar de los bajones, estoy muy feliz.
"Ésta te pido huesito", digo sin que nadie escuche. "Colorado el 16", grita el croupier. Se me suelta una sonrisa, pero va más allá de las nuevas 35 fichas.

A aquel que dejó tanto...

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