miércoles, 2 de diciembre de 2009

Milagritos y los calesiteros

Las vi desde lejos, sentado en un banco cualquiera de una plaza cualquiera. Sus ojitos dulces, tiernos y perdidos se volvían locos mirando la calesita. La madre, tan joven y tan vieja (o avejentada), apenas forzaba una sonrisa, sosteniendo a su hijita, loca por probar el juego de plaza. Me enteraron de que la beba se llamaba Milagros. Milagritos me sonó más simpático.
La mamá de Milagritos hablaba con el calesitero. Más feliz que antes, compró un boleto y dejó a Milagritos en la calesita, sentada en el caballito. O mejor dicho, el corcel, más digno de una princesita.
En la primer vuelta Milagritos veía los adultos de fuera de la calesita; les sonreía, sin entenderlos mucho. Cuando en su ángulo de vista entró su madre, ella seguía hablando con el calesitero que, distraído en la charla, ni le ofreció la sortija. No llegó a comprenderlo, pero tampoco llegó a importarle, por que quería otra vuelta. La mamá, mientras, se despedía del primer calesitero, al que se le había finalizado el horario de trabajo. Vino el segundo calesitero, y también le dio buena charla a la madre. Con buenas intenciones, le regaló una segunda vuelta a Milagritos. Esta vez, la vuelta iba a ser en el cochecito, menos glamouroso, pero con la impresión de darle más vértigo al giro incansable de la calesita.
La gente que la miraba de afuera ahora era otra, pocas caras conocidas, todas muy difusas. Una vez más, volvió a ver a su mamá conversando interesada con el nuevo calesitero. Otra vez, la sortija volvió a escapar de sus manos indefensas. Algo apenada, vio como el segundo calesitero se iba sin mediar palabra, dejando a Milagritos sin sortija y a la mamá con una lágrima caminándole la mejilla. Automáticamente llegó un tercer calesitero, al que la mamá le compró desesperada un boleto, con expectativas de que por fin Milagritos consiga su sortija. Era el turno del banco de plaza.
Ahí se quedó Milagritos, sentada, aburrida, angustiada e impaciente de su sortija. La calesita dejó de detenerse a cada vuelta, y en cada nuevo giro aparecía un nuevo calesitero junto a su madre, mostrando la sortija, pero esquivándole las manos.
Después de muchas vueltas, Milagritos se cansó y saltó fuera de la calesita, cayendo justo junto a su madre, ya no tan joven, y cada vez más avejentada. Milagritos la abrazó fuerte y con mucho orgullo. Pero todavía el mundo le gira, gira y gira.

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